A veces, el arraigo no se mide en años, sino en emociones. En vínculos. En la certeza de que se pertenece a un lugar como si se llevara en la sangre. Así hablan Rosa María Cantarapiedra y Teresa Nagore de Girón, un barrio vallisoletano que más que eso, es una comunidad, un recuerdo vivo, un pedazo de historia compartida.
Las dos vecinas representan generaciones distintas de implicación en la vida comunitaria. Una desde el presente activo, otra con la memoria encendida del pasado. Sus voces componen un retrato coral de un barrio que, aunque ha cambiado con el paso del tiempo, conserva su espíritu combativo, acogedor y profundamente humano.
Un barrio que se siente como hogar
«Mi lugar en el mundo es vivir aquí», dice Teresa Nagore con la seguridad de quien ha hecho de un rincón su universo. Nació y creció en Girón, y aunque se marchó unos años por necesidad, volvió en cuanto pudo. “No es que viviera mal fuera, pero no era la vida que había llevado ni la que quiero llevar”, explica. Rosa María Cantarapiedra, otra de las vecinas más activas del barrio, lo dice con una sonrisa: “Estoy muy contenta de vivir aquí. Soy feliz”.
Ambas comparten la percepción de que Girón tiene algo especial. “Es un barrio, sí, pero se siente como un pueblo”, asegura Rosa María. “Vas por ahí con todo lo que pasa, y vienes aquí, y sabes que si te va a pasar algo, tienes las casas al lado y un grito que pidas, te ayudan”. Ese sentimiento de comunidad, esa red invisible de apoyo mutuo, es lo que marca la diferencia.
El ayer: infancia en la calle y cine bajo las estrellas
En la voz de Rosa María resuena una nostalgia contagiosa al hablar de su infancia. «Antes vivíamos en la calle. Merendábamos, cenábamos, jugábamos todos los chicos juntos». El barrio era una gran familia. “La gente era como si fuéramos todos familia. Todo el mundo se conocía”, recuerda.
Uno de los símbolos de aquella época fue el cine. Más que un espacio de ocio, era un punto de encuentro para la infancia del barrio. “Nos metían nuestros padres ahí y nos dejaban hasta que acababan las películas. Veíamos una y otra vez el show continuo. Para nosotros el cine es el recuerdo que tenemos todos. Muy bonito, general”.
Hoy, ese cine está cerrado. Pero en los deseos de Rosa María —y de tantos otros vecinos— sigue vivo el anhelo de reabrirlo. “Nos gustaría que lo abrieran otra vez”.
Las transformaciones del barrio
Desde su creación, Girón ha experimentado grandes cambios. En los años 80, explica Teresa, las viviendas pasaron a manos de los inquilinos, que se convirtieron en propietarios. Aquello cambió el panorama social del barrio. Poco a poco, comenzaron a llegar nuevos vecinos, y con ello, una transformación en las dinámicas de convivencia.
“Antes teníamos muy pocos elementos para trabajar, pero el asociacionismo era más intenso, más gratificante”, rememora Teresa. Hoy, lamenta, aunque haya más recursos, “todo está muy legalizado, muy ordenado, no puedes hacer esto, tienes que hacer lo otro…”.
Ese paso del “hacer porque sí, porque lo necesitamos” al “hacer con permiso” ha puesto barreras, pero también ha consolidado estructuras más estables. En los comienzos, lograr una parada de autobús era una conquista. Ahora, muchas de esas necesidades básicas están cubiertas, aunque surgen otras nuevas.
Rosa María señala, por ejemplo, la desaparición de tiendas de proximidad. “Antes había más tiendas y ahora no tenemos nada por aquí”. También echa en falta más transporte público: “Más autobuses nos hacen falta”.
La asociación vecinal: motor de cambio
La Asociación de Vecinos de Girón nació en 1975, en plena transición democrática. Teresa se unió en 1978, y durante más de 20 años formó parte activa de la junta. “La necesidad era mejorar nuestra vida y la de nuestros vecinos, reclamar derechos y mejoras que teníamos como ciudadanos”, relata. Aquellos primeros años fueron de lucha intensa: urbanización, convivencia, actividades para los niños, campamentos… Se trataba de construir comunidad desde abajo, con trabajo voluntario y sin esperar nada a cambio.
Rosa María, en cambio, representa la energía del presente. Participa activamente en la asociación, donde da clases y organiza actividades. “Somos un equipo, unas ocho o nueve personas, más Fernando. Empezamos en pandemia, cuando todo era más difícil, y creo que hemos subido este barrio un poquito más”, afirma con orgullo.
Esa continuidad en el trabajo vecinal es fundamental, aunque no está exenta de dificultades. Teresa lo expresa con claridad: “Hoy día no hay mucha gente, y sobre todo, hay muy poca gente joven”. Reclama un relevo generacional que no acaba de llegar. “Dedicarte todas las tardes a hacer gestiones en el ayuntamiento, la gente eso no lo entiende. ‘Que lo haga el ayuntamiento’, dicen. Pero alguien tiene que mover las cosas”.
Del altruismo al individualismo
Quizá el cambio más profundo que ambas vecinas detectan es el de mentalidad. Donde antes reinaba el altruismo y la colaboración, ahora pesa el individualismo. “La palabra altruismo ha perdido el sentido. Hay jóvenes que no saben ni lo que significa”, lamenta Teresa.
Ella recuerda con emoción cómo las mujeres mayores del barrio, incluso con más de 60 años, se iban 15 días de cocineras a los campamentos. “Lo hacían con la mayor alegría del mundo”. Hoy, admite, eso sería impensable. No solo por falta de voluntad, sino también por los estrictos requisitos legales que dificultan muchas actividades comunitarias.
El futuro: incierto pero esperanzador
A pesar de las dificultades, el presente de la asociación es razonablemente positivo. “Ahora mismo tiene una actividad bastante aceptable”, reconoce Teresa. Se han incorporado nuevos miembros, algunos más jóvenes, lo que le da cierta esperanza. Pero el futuro sigue siendo una incógnita. “Esto es hasta que el cuerpo aguante, y no debería ser así”.
Ambas saben que mantener vivo el espíritu de Girón requiere esfuerzo constante, y sobre todo, compromiso. No basta con disfrutar de un barrio tranquilo y solidario: hay que trabajarlo, cuidarlo, construirlo día a día.
Una comunidad que no se rinde
En un mundo donde la vida urbana tiende a la desconexión y el anonimato, Girón resiste como un modelo de vecindad activa. Un barrio con alma de pueblo, donde el saludo en la calle aún tiene sentido, y donde el cine cerrado aún habita en la memoria de quienes lo vivieron como una segunda casa.
“No quiero otra vida”, dice Rosa María. Y Teresa asiente, aunque con la mirada puesta en lo que vendrá: “Tengo confianza de que, si hemos llegado hasta aquí desde el año 75, no se pierda”.
El reto de Girón, como el de tantos otros barrios, es conjugar la herencia del pasado con los desafíos del presente. Mantener viva la llama de la participación, del compromiso vecinal, del sentido de comunidad. En definitiva, seguir demostrando que, aunque el barrio cambie, su corazón puede seguir latiendo fuerte.
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